6.3.14
No sé cuál es nuestro
problema, el de los seres humanos. Nos aferramos a lo efímero, nos abrazamos a
lo frágil. Una persona, un lugar, un momento, un objeto. No aprendemos nunca a
desprendernos. No aprendemos a ceder. Nos duele cada paso hacia delante, cada
etapa superada. Nos cuesta superar viejos sentimientos, los seguimos releyendo
una y otra vez. Hacemos de todo para revivir cenizas que nunca más serán
llamas. Apretamos, asfixiamos, nos lastimamos. Y este ciclo puede seguir, de
por vida si es el caso, o puede terminar bruscamente y dejarnos un agujero
enorme. Nosotros le damos esa importancia. Nosotros manejamos el tamaño de esa
cicatriz. Un pequeño raspón puede convertirse en corte profundo si no se deja sanar. Todo tiene que pasar. Todo está destinado a ser finito. Y sólo lo
que sentimos...lo que pasa dentro nuestro, puede hacer de algo efímero algo
inmortal. Como un amor que nunca se olvida, como una persona que nunca se va...
a pesar de que se fue hace rato. Esas cosas que están hechas para irse, y se
quedan para siempre. No sé qué es en el desarraigo lo que tanto asusta, lo que
tanto duele. Quizás la soledad, lo que venga después, el vacío, que no se pueda
llenar. Lo desconocido, lo que nunca pasó aún, asusta. Nos da miedo crecer. Nos
da miedo avanzar. Nos da miedo olvidar. Nos da miedo cambiar. Le tememos a la
base de la vida: la evolución. La memoria es un espina venenosa para quien
sufre y una caricia para quien recuerda con amor. Todo depende de cómo
aprendamos a desprendernos.
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