Ella le
dedicó una sonrisa y lo dejó perderse en la multitud. Se escuchó de fondo el
silbato del tren y miró hacia delante sin importarle que él la seguía mirando.
Seguramente ya se podía relajar. Todos estos días dando vueltas, ordenando
papeles, preparando la valija, todo para éste momento. Suspiró y sacó un
anotador.
“Sueño
lo que sueño porque soy lo que no quiero”.
Se puso los
anteojos y contempló inerte su propia caligrafía. ¿Significaba eso que estaba
decepcionada? ¿Había dedicado toda su vida a convertirse en una
persona que no se agradaba a sí misma?
La tinta
lentamente se formó al papel y no hubo vuelta atrás. Eso quedaría grabado para
recordarle por qué se iba. Por qué aceptaba un trabajo tan lejos de su flamante
marido con la excusa de que pagaban más.
“Vivir sin alegría, sin tristeza y sin miedos”
Cuando
pensaba en alguien sin emociones, pensaba en una persona sin vida. Viva, sí,
pero muerta de esperanza. Esperanza de crecer o de cambiar siquiera. Si no se
teme a nada, no se desafía nada, y uno queda en el mismo lugar, pensó. Cambió
de enfoque: ¿Qué pasaba cuando había decidido dar el “sí” a ese hombre que
conocía hacía apenas dos años? ¿Y qué son dos años en comparación de toda una vida?
Acarició el papel para comprobar que la tinta se había secado y mojó sus labios
nerviosa. Otra verdad. Imperturbable sobre el papel. Se limitó a pensar que
eran sólo ideas, su vida no era así. Su vida era lo que ella hacía con su
vida.
“A veces añorando, se llega a vivir de recuerdos”
Otra vez se retrucaba. No podía seguir así. Tenía
que parar. Suspiró y se le escapó un gemido de ligera angustia. Temía perder
todo por añorar algo que nunca conseguiría. Pero, al fin y al cabo, ¿qué era su
“todo”? ¿Era él? ¿Su trabajo? ¿Ella misma? ¿Es posible perderse a uno mismo?,
pensó. Dudó en torno a esa pregunta. ¿Acaso se había perdido ya? Sintió que el
tren arrancaba. ¿O ya había arrancado antes? Miró al asiento frente a ella y había una mujer mayor observándola ávidamente. Bajó la mirada
hacia su anotador y sintió que quería que nunca nadie lea sus anotaciones.
No quería ser esa persona. Escribir cosas sin sentido en un
tren en el que quizás no quería estar y temiendo perderse. Era él quizás su
salvavidas. Lo que la sacaba a flote de sus propios pensamientos. Sí. Ahí se
alegró. Recordó. Recordó que cuando ella se sentía sola y empezaba a anotar
frases, él aparecía y de un momento a otro ya no anotaba más. Y se sonrió a sí
misma mientras jugaba con su pelo. O incluso antes de subir al tren, él le
guiñó un ojo y le dijo que todo iba a estar bien. ¿Él sabía? ¿Sabía que ella
iba a sentirse así? ¿Tanto la podía conocer después de dos años? Después de
todo ¿Qué es el tiempo? ¿Quién dice cuándo es suficiente y cuándo no? Quizás él
la conocía más de lo que ella se conocía a sí misma. Perdió el hilo. No
recordaba si el tren ya había arrancado o no. Cerró los ojos y se concentró.
Odiaba cuando pasaba esto. Tocó su bolsillo y sí.. las pastillas estaban ahí,
pero no las quería tomar. Aunque temía demasiado lo que podía llegar a ver.. a
veces aterraban. Abrió los ojos con terror y de repente, como cuando se quita
una bandita de golpe. Él estaba ahí, en el asiento contiguo al de la señora
mayor. Al principio la miraba atentamente, como buscando algo en ella. Luego se
relajó en una sonrisa y bajó la mirada al anotador. Ella lo guardó lentamente
sin perder contacto visual y le preguntó por qué estaba allí. El tren arrancó y
se llevó con ella la esperanza de que él se pudiera bajar.
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